Morir a los juicios.
Morir a los hábitos que nos hacen repetir y repetir una y otra vez.
Morir, al fin, a la idea de un "yo" y "mío". Porque sólo a través de una mente purificada y clarificada aparece la vida, que ya no es "mi vida", y que como expresión de la totalidad, no divide ni separa, sino que ama e incluye.