viernes, 14 de junio de 2013

La lucidez y las crisis





Aunque ya reconocemos a la mente su visión fraccionada, así como los impulsos y las atracciones que la gobiernan, y somos invitados a un espacio lúcido en donde no se produce oposición ni resistencia a “lo que ES”, aún vemos que siguen apareciendo viejos “vasanas” o tendencias inconscientes, que permanecían escondidos mientras las circunstancias no los hacen detonar.

Esas situaciones que tarde o temprano se van presentando en el trascurso de la vida, y que implican una gran alteración en el orden habitual al que estamos habituados, como pueden ser graves enfermedades, accidentes, fallecimientos, separaciones, ruinas económicas.....etc , son maestros que nos señalan en lo que hemos quedado retenidos o porqué nos cuesta soltar.  Y es que todo aquello que hace saltar las alarmas, nos puede ayudar a comprender el funcionamiento del mundo emocional, para salir al encuentro del sentido más profundo de la vida.

Parece que el mundo de las ideas, resulta fácil de entender y manejar, y además podemos hacerlo sentados tranquilamente en el sofá. Pero la emoción nos “descoloca”, y sacude nuestro organismo antes de que tan siquiera nos hayamos dado cuente de ella. Se instala en alguna parte del cuerpo, bloquea la respiración y despierta un rosario de emociones secundarias que luchan entre sí en base a multitud de deseos contradictorios. Y todo porque la seguridad del pequeño “yo”, existencial se ve amenazado y eso da lugar a miedo, ira, rabia, coraje.....

La aceptación, en estos casos, no consiste en aceptar la situación en sí, que a veces se hace bastante difícil, sino la propia rabia, impotencia y miedo que ella genera. Esto nos ayuda a crear cierta intimidad con nuestros estados interiores y a descubrir formas saludables de canalizarlas para darles salida: En estos casos , respirar, dar un simple paseo, saber expresar nuestros sentimientos o dar curso a alguna actividad que nos guste, pueden obrar milagros. Pues en este primer acercamiento, el fuego que invade nuestro interior anularía cualquier proceso de indagación.

Cuando las emociones ya se van sosegando y somos capaces de objetivar el fuego emocional, ya estamos en la posición adecuada para entender como la mente, y su miedo a enfrentarse a lo desconocido, es la que lo estaba generando. Y esto abre un espacio entre el movimiento que se está produciendo en la superficie, y las capas más profundas de la Conciencia que lo permiten constatar.

Seria ideal no necesitar del sufrimiento para crecer. Pero cada día la experiencia nos demuestra todo lo contrario: las grandes crisis, se convierte en el gran revulsivo que nos obligan a salir de la comodidad y del ostracismo. Mientras la mente fluye por cauces en donde todo resulta placentero, no parece necesario que sea cuestionada, pero cuando se convierte en portadora del sufrimiento, la propia urgencia por liberarnos de él , hace que nos afanemos en desenterrar las causas que lo originan, y así conocer si su existencia tiene algo que ver con lo Real.

El hecho de comprender que puede haber dolor sin sufrimiento, porque el dolor forma parte de nuestra existencia humana, pero el sufrimiento lo generamos con el pensamiento, al oponemos a lo que trae la vida, permite el aquietamiento y la disolución de ese hervidero que había dado origen al temor, la ira o la rabia. Y a través de esta rendición y sosiego mental permitimos que se trasparenten nuestras capacidades globales de SER, AMAR y CONOCER impersonalmente, que permanecían sin ser tan siquiera reconocidas detrás de todo ese tumultuoso ruido.

Y la nueva perspectiva se manifiesta como un estado de Presencia silenciosa. El SER, que hace posible cualquier situación de vida. El Ser, que junto al Amor acoge y abraza una y otra vez a nuestra pequeña “persona herida y maltrecha” y la reconduce desde el mundo fenoménico en el que se había quedado perdida , para descubrirle que existen otros espacios en donde la Paz y la Bienaventuranza no sólo son posibles, sino que son nuestro estado natural, pase lo que pase en el mundo cotidiano de las formas.

Entonces la aceptación se convierte en rendición, ya que no es algo a conseguir por un supuesto “yo” para evitar el sufrimiento, sino que es el fruto del abrazo en donde el pequeño yo existencial, deja de creerse independiente y con voluntad propia, para fundirse e integrarse dentro de los designios de un YO mucho más amplio, Conciencia Pura, que con su inteligencia incluye y maneja el universo entero, y que desde el Corazón de cada uno, irradia luz, equilibrio y compasión.