Decía Emerson que El hombre es Dios jugando a hacer el bobo , y las escrituras sagradas nos recuerdan que la naturaleza del hombre es divina, pero debido a los velos que tiende la ilusión, se imagina separado de su origen y sufre las consecuencias de esa limitada visión.
La filosofía Vedanta considera que el mundo es expresión de la Conciencia del Absoluto, siendo lo Absoluto pleno, sin forma, inactivo, y testigo de la mente, pero su expresión, energía en forma de materia y mente, finita, activa y siempre cambiante.
Esta clara visión del origen de la naturaleza humana nos hace cuestionar la falsa percepción que induce a considerarnos entes individuales y con voluntad propia, entendiendo que es la propia naturaleza de la mente la que crea dichas veladuras, al ser un instrumento limitado por el tiempo y el espacio, y condicionado, por lo tanto a que a través de él sólo se pueda experimentar lo finito, pero nunca reconocer la realidad absoluta que le da existencia.
Por eso cuando reducimos nuestra vida a identificarnos con lo que experimentamos en esa parte periférica y cambiante de nuestra Conciencia, que es mental, gozando o sufriendo, permanece velada la esencia de nuestro Ser y olvidamos o ignoramos que detrás de todo ello permanece inalterable la plenitud y belleza de nuestra realidad.
Pero cuanto el cuerpo y la mente cumplen sus funciones en el mundo de manera consciente , dejando que se trasparente nuestra esencia, sin permitir que la mente entre a enredar dividiendo la vida en dos: la que gusta y la que no, y excluyendo aquello que le molesta, la vida empieza a fluir por nuevos canales, y se convierte en algo fresco, siempre nuevo e inocente, que lleva el sello de nuestro SER.
Esa vida renovada que empieza a expresarse a través nuestro, es vida inteligente, en donde el cuerpo y la mente se han alineado con lo que ES y se han puesto al servicio del SER. Y ahí no hay lugar a las divisiones entre alguien que experimenta y lo experimentado, porque en la quietud del proceso mental, sólo queda una corriente de energía que se expresa en un eterno Ahora. Y entonces comprendemos que nada nos es ajeno, y que el mundo que veíamos fuera y al que tanto temíamos, es de nuestra entera creación. Y que por lo tanto, en él puede florecer todo aquello que estemos dispuestos a sembrar.
En mi mundo las semillas del sufrimiento, del deseo y del temor no se siembran, y el sufrimiento no crece. (Nisargadatta)