Lo cierto es que llevamos ya XXI siglos en nuestra cultura,
escuchando y debatiendo sobre los Evangelios o la Biblia, y en otras culturas
llevan aún muchos más declamando los Vedas u otras escrituras sagradas, y el
ser humano parece seguir anclado en su barbarie, su egocentrismo y su
ignorancia.
Eso debería hacernos ver con claridad que repetir las
palabras sabias no nos hace sabios, y que ni siquiera su comprensión parece
liberarnos, mientras que no vaya acompañada de una inmensa voluntad de actuar
de acuerdo a ellas.
Y es que es en la acción en donde descubrimos nuestros
engaños y los límites que nos impone la mente, al ver cómo se revuelve en
cuanto se la invita a sentir, pensar y actuar íntegramente y en unidad con cada
hecho de la vida, que es a lo que nuestra comprensión apunta.
El sabor de las cosas, por mucho que se describa, no tiene
nada que ver con la vivencia de primera mano que descubrimos con su
degustación. Y a esa vivencia, estamos invitados, en todos los órdenes de la
vida, sabiendo que para saborearla plenamente, hemos de confrontar sus
opuestos, puesto que el sabor de lo que Somos, ya lo somos y por lo tanto, no
lo podríamos reconocer.