Solemos decir, de
buena tinta, que la vida es una alternancia de gozos y sombras. Es evidente que las alegrías, cuando
llegan, son bien recibidas y agasajadas. Pero lo que ya es un inquilino más molesto e
incómodo son las tristezas. Aunque no hay otra, porque "haberlas haylas". . Y aunque
algunas religiones o culturas ensalzan
los momentos de dolor y sufrimiento como
algo provechoso, ya que invita a volvernos hacia nuestro interior buscando
respuestas naturales o sobre naturales que nos lo alivien, una actitud más
madura nos hace replantearnos todo esto, y ver si es necesariamente así.
No hay duda que hay situaciones difíciles, que toca cargar
con ellas, cada cuál como mejor pueda o sepa- Pero más allá de esto, existe una
cierta propensión a crear un "yo" quejoso , que no está satisfecho con casi nada de lo
que le ha tocado vivir, quizá porque ha traducido la vida en un continuo disfrute de
placeres, escapando de lo que es. Y a
veces, cuando ese "yo" no está dispuesto a hacer frente a los retos habituales
del vivir, tal como se presentan, prefiere
a generar un "yo" místico que no
se responsabiliza de dar soluciones, porque prefiere irse a mundos
etéreos..
Y a veces decimos, que es que esta vida es un caos y un sufrimiento .... pero
a fin de cuentas ¿quién la sufre? Esta es la pregunta que deberíamos de
hacernos en cuanto se nos presenta la ocasión. ¿No es la imagen que hemos
construido de nosotros, la que se
encuentra perdida cuando los hechos no se
corresponden con las expectativas? Pero...¿somos nosotros esa imagen, o somos el
conocedor de esa imagen?
Dar la bienvenida tanto a las alegrías como a las tristezas,
cuando llegan, y dejarles proseguir su
camino, cuando se marchan, es en verdad una actitud muy sabia.
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